4 de abril de 2007

Engaños

Están las pequeñas caídas del día, el dejarse ir hacia signos que no son claros, interpretados según nuestra propia conveniencia. Demasiado a menudo ocurre esto y luego tiene que lamentarse, aquellas veces que no se trata precisamente de pequeñas caídas, sino de grandes errores en la interpretación...

***

Durante los paseos solitarios el error aparece más raramente; conversando con los otros se dan por sabidas ciertas cosas que no lo son, que pertenecen accidentalmente al trato mutuo, la amistad. El desear la verdad, la claridad, tiene que aparecerles a los otros, sin embargo, como el mayor de los errores: se equivoca la vida, entregándose cada vez más a los gestos de hielo; no se descompone, normalmente, pero se enquista, y los gestos son comprendidos, erróneamente, como soberbia.

¿Cuándo se empieza a torcer todo?

***

En la ciudad, le digo a mi acompañante que justamente esa librería de viejo, muy cerca de la Gran Vía, es lo que nos separa de la barbarie, como ese libro del Dr. Alfred Adler, El sentido de la vida, que se ofrece a los ojos del viandante. ¿Quién habrá reparado en él? En el absurdo de que el significado de todo estuviera justamente aquí, en un callejón que no se atreve a asomarse a la gran calle comercial, que bastara con entrar y comprarlo... Tengo que pensar que no es cierto, que Adler escribe una novela, a su modo: porque la verdad tiene también su tiempo, y finalmente sus enunciados se entregan a la ficción, aunque desde el presente tendamos a adscribir esos saberes a la retórica de la época. (Pensando de nuevo que la verdad es nuestra, la historia transcurrida.)

No está convencida de que ese negocio vaya a durar. Veremos. Siempre habrá alguien un poco al margen, ocupándose de cuidar los escritos antiguos.

No hay comentarios: