25 de abril de 2007

Diario/s de trabajo

(Un aire ridículo: las galas del mundo)

Es el envalentonado cantar de la propia honra -normalmente no se es así. Hasta que se aclara la situación, muere en mí la honra herida y todo cobra el aspecto risible de una mala interpretación de un mínimo acto. Me gustaría estar a la altura de lo que conozco, y no pensar siquiera en que haya nada que disculpar.

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(Descuidos)

De las obligaciones familiares, aunque no soy yo solo -pero me parece que me llega la mayor parte de responsabilidad, y por lo tanto los mayores fallos, la conducta que hay que afear. La cosa ya va quemando, y el silencio es lo peor.

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(Conversaciones)

Libros: tenía la intención de convertirse en un hombre culto y desgraciado, dejando en la duda acerca de si era lo primero la cultura o el infortunio (es decir, la base de su realidad: si es que alguien le importara eso...). Alguien dice, en ese momento, que ya es algo contar con un lugar para el infortunio. No sé si lo entiendo: quizás se refiere a la voluntad (en particular a alguna mágica voluntad específica de estilo, un sello de individualidad o un asunto similar), a la inercia (meramente: seguir adelante), o puede que se refiera a una definición o autoaclaración, que condiciona todo el resto (ego fallor, ego sum).

Tener algo, una casa, un hogar, una desgracia: materia para la razón narrativa, diaria.

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(Deber)

Sólo uno: estar a la altura de mi compasión cristiana, practicarla con el otro igual que se practica con uno mismo. ¡Qué difícil es!

(Dios ayuda, quizás. ¿Me ayuda a mí? ¿Tiene sentido plantear esto, por lo menos? ¿No va la respuesta ya incluida en la pregunta -o la falta de respuesta?)

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