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2 de junio de 2013
El tiempo corre más que Aquiles
Me doy cuenta de que la Carta de Lord Chandos es uno de los tópicos, de los temas recurrentes de mi blog. Por algo será. Mi interés ha ido por oleadas. Conocía el texto a mediados de los ochenta, cuando dejé a los tebeos, empecé a leer a Platón e intenté leer a Faulkner sin conseguirlo. Un poco después comencé a fumar de la manera socialmente admitida, a fin de suscitar un interés o que por lo menos lo fingieran. Diez o quince años después, una vez rebasada la treintena, cuando comprendí que se había gastado el cuarenta por ciento de mi vida estadística, volví a saber, si es que lo había olvidado, del texto del escritor vienés porque P. Y., uno de mis ídolos, lo insertó, junto con otros, en una estupenda antología que nos facilitó para el curso de doctorado. No me acuerdo ni del título del curso, pero conservo las fotocopias. Quinquenio después , una vez que me puse o que elegí mi propio y libre camino de decir lo que quisiera, conforme se me iba ocurriendo, la Carta, como dije al principio, vuelve con una me parece que no tan rara periodicidad, año a año, a la altura de junio creo entender, cuando las últimas esperanzas que la primavera quiso disponer en Nietzsche. Ocurre porque el calor aprieta, porque la filosofía de N. Es la reacción temporal del pensamiento de septentrión ante el clima del sur, pero que en el sur no puede mantenerse mucho tiempo. Lo poco que quedaba del logos en N., desaparece ante la ferocidad del calor y la luz de julio y agosto, y a mi no me queda más que Pessoa y Pavese, y la Carta de Hofmannsthal para otorgarme una racionalización a la medida de mi desesperanza.
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