Un novelista reflexivo deberá contar en el futuro lo existente. Contar el ahora desde el después, espacializar el tiempo. Temporalizar este espacio. Poner tierra o reloj de por medio.
El concepto ha fallado, el mochuelo ha muerto, y nadie se sonroja de la contradicción de un demos soberano muerto de hambre en silencio. Los lobos aúllan, los tontos señalan el dedo del lobo. Diké es una cachonda.
***
En la inacabable proposición molecular que comprenderá el futuro relato nosotros no podemos hacer otra cosa que de recolectores (sí, de legein) de curiosidades, de frutas venenosas que anidan en los recovecos del mundo y en las portadas de los diarios:
“Querido Nicolas, muy breve y respetuosamente,
1) Estoy a tu lado para servirte y servir a tus proyectos para Francia
2) He dado lo mejor de mí, pero he podido fallar alguna vez. Te pido perdón.
3) No tengo ambiciones políticas ni deseos de convertirme en una ambiciosa servil como muchos de esos que te rodean y cuya lealtad resulta, en algunos casos, poco duradera.
4) Utilízame mientras te convenga y convenga a tu proyecto y tu casting.
5) Si me utilizas, te necesito como guía y apoyo: sin tu guía podría ser ineficaz, sin tu apoyo podría ser poco creíble. Con mi inmensa admiración, Christine L.”. (En El País, cari amici.)
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