Nuestra percepción, tan frágil como el mundo. Diciendo muy poco, nos confesamos y apiadamos.
Está el paisaje, y nosotros contra él, sus objetos mínimos. Realmente más frágiles que él, mucho más. Porque lo primero que percibimos es a nuestra propia persona, y lo sentimos así. La solidez de las casas, sus cimientos o la profundidad de la riqueza que las ha levantado no deben esconder a ojos perspicaces la miseria de la vida dentro, al hacerse de noche o irse la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario