PROMETEO: (TRAS UN SILENCIO) No creáis que callo por arrogancia o altanería; un pensamiento me devora el corazón al verme así tan vilipendiado. En verdad, a estos dioses nuevos, ¿qué otro sino yo les repartió exactamente sus privilegios? Pero sobre esto callo, pues ya sabéis vosotras cuanto podría deciros. Escuchad, en cambio, los males de los hombres. De niños que eran antes, he hecho unos seres inteligentes, dotados de razón. Os lo diré, no para censurar a los hombres sino para mostraros con qué buena voluntad regalé mis dones. Ellos, al principio, miraban sin ver. Y escuchaban sin oír, y semejantes a los fantasmas de los sueños, al cabo de siglos aún no había cosa que por ventura no confundiesen. No conocían las casas de ladrillos secados al sol, ni el trabajo de la madera; sumergidos vivían como ágiles hormigas en el fondo de cuevas a donde jamás llega la luz. No tenían signo alguno seguro ni del invierno ni de la floreciente primavera ni del fructífero estío, sino que todo lo hacían sin razón, hasta que yo les mostré las salidas y los ocasos de los astros, difíciles de conocer.
Después descubrí también para ellos la ciencia del número, la más excelsa de todas, y las uniones de las letras, memoria de todo, laboriosa madre de las Musas. Y uncí al yugo las bestias esclavizadas, que ahora doblan la cerviz, a fin de que tomaran el lugar de los mortales en las fatigas mayores; y llevé hasta el carro a los cabaIlos, dóciles a las riendas, orgullo del fasto opulento. Luego inventé el vehículo de los marinos, que surca el mar con sus alas de lino. ¡Y, mísero de mí, yo, que he encontrado estos artificios para los mortales, no tengo artimaña que pueda librarme de la actual desgracia! (Esquilo, Prometeo encadenado)
... y sigue...
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