Se quiere vivir entre los límites, dándole lo mínimo a los deseos. El sujeto que se expande en sus pensamientos consigue deshacerse por completo en ellos, por lo mismo que no encuentra ya diferencia entre su ser y sus frases. Por incidentales que sean, porque él ya no es otra cosa tampoco que el relleno de los días, el ir pasando o el ir tirando. Se quiere vivir entre los límites y para ellos, y sin embargo los límites te asfixian (a ti y a mí). No se quiere otra cosa que la vida del sirviente, pensando falazmente que la conciencia te hace a ti el amo. Porque lo tuyo es un exceso de conciencia, qué duda cabe!
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No sé de cine (nunca supe, me di cuenta y dejé de estimar este género artístico moderno, del que solamente admiro ya las bellas imágenes, aunque se muevan), no sé si la película de Carlos Saura podrá entrar en alguna de esas listas de obras maestras… El séptimo día, en cualquier caso, constituye una representación muy amarga del cainismo humano (ni siquiera creo que meramente peninsular), que emerge como una flor venenosa allí donde las pasiones no han recibido su barniz de ilustración e hipocresía. Una amargura que se adentra en el corazón y se mantiene en él. El regusto que deja en la boca tampoco se va.
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Calor y Mozart: La flauta mágica. Hasta que llegue la hora del fútbol…
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