Wat pertenecía a una generación corroída por el cinismo, el desprecio a todo lo que de sagrado tiene la vida -religión, amor, moral- y sobre todo por el «sarcasmo», como él mismo precisará. Jóvenes ofuscados, entregados «cerebralmente» y de forma «increíblemente escarnecedora, negativa y nihilista» a lo que él mismo llamaría «gamberrismo intelectual», la enfermedad de toda una época y unos actores de la Historia que se encuentran cara a cara con el desafío de distintas y nefastas filosofías. Fausto varsoviano, desde sus poses vanguardistas de los inicios, el desencanto de Wat y los que, como él, habían perdido «toda fe en la posibilidad de una futura civilización europea», haría que volvieran sus ojos con entusiasmo a la URSS «ese país en el que se podía destruir todo y a la vez volverlo a levantar».
La inteligencia de uno (es un decir; me refiero a la cosmovisión personal) la conforman las frases que escriben otros. En este caso, Mercedes Monmany, en una reseña que aparece en abcd (suplemento cultural del diario Abc) sobre un libro de Alexander Wat (Mi siglo, ed. Acantilado).
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