Esta criada voluble y terriblemente venal existe, sin embargo, y carga en cuenta (en la nuestra personal): cobra la forma de una inteligencia trágica y permanente de los errores cometidos, más que la de una culpa sobrevenida a raíz del pecado. Somos contables modernos, por Dios!, discípulos de Franklin y del albañil, no creyentes medievales.
Existe también nuestra conciencia como un no cada vez más precario a los planes promisorios y de bonanza universal educativa. Si digo sí, tú me pagas. Nos entendemos, ¿verdad? Pues no, por ahora no hace falta que me pagues. Prefiero seguir con mi estupidez honrada y pobre.
Que no se olvide: está igualmente la obligación de callar delante de quien te cuenta algo demasiado grande. Él o ella tiene la experiencia (en el límite), y tú solamente cuentas con las letras expedidas (perdón, escritas) por otros. Mejor callar.
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