A M. Leiris, incidentalmente.
Concedemos nuestra intimidad -convivimos- a espacios cúbicos blancos, puros, geométricamente desolados. La luz de lámparas eléctricas vela nuestras noches. En éstas aprendemos, luego somos un poco más sabios y viejos de día: sin gracia, porque estamos cansados de la vida que hemos llevado en las horas anteriores, faltando al sueño. Realmente, pagamos un precio muy alto por esas habitaciones: contando la vida, no sabemos si reír o llorar, dudando entre el blanco y negro y el color.
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