Anhelando la firma, un crédito, la cara, la presencia... ¿qué estamos deseando? Una patria, algo propio, otro hogar.
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Disueltos en lo que decimos, nuestras palabras tienen que estar muertas: si ya hemos dejado de ser, de ser un yo, entonces es que callamos. Lo escrito habla desde el lugar de un desaparecido (los epitafios de Paul de Man). Ese tipo de palabras no deberíamos tomarlas demasiado en serio.
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Lo difícil es comprender la buena nueva que traen los acontecimientos: observar, tensar las palabras a continuación -sin respetarles su secreto-, y expresar inmediatamente después lo que queremos.
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Dicho de otra forma: los ángeles, por inaprehensibles, se desentienden de nuestra atención y de nuestra lógica; ningún espíritu -vida- guía un mensaje muerto, abortado; y las intenciones quedan olvidadas.
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