No quiero un espejo para mí, sólo una ventana para mirar a través de ella: ¿cómo decir que, aunque escriba Yo -con mayúscula-, iniciando siempre el discurso, mi vocación es disolverme en el objeto: S es P, S es sólo P.
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Escribes en ti el amor, los años no te libran; conociéndolo, tú: en el movimiento de las manos que guardan silencio; en la máscara, pues callas. Es así, o la preocupación, y yo no sé observar o no lo noto; Yo, testigo.
Pienso en eso cuando voy conduciendo, desinteresado de mí, atento al reflejo -lujoso- de las aguas caídas: yo siempre amé su frío, ahí afuera, como de cielo en el aceite.
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Yo, en mi habitación cerrada: miro -no sé por qué- la cómoda y pienso -sé- que estoy olvidando las voces que he conocido: y que me suenan un instante por dentro, antes de la fuga.
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Se contiene el dolor en las habitaciones, ajeno a las calles, al abrigo de la lluvia y de los ojos: el cese quiere discreción.
Mientras: canta la tuna, y también simulamos pensar.
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(¿Historia de Internet? El bosque no deja ver los árboles...)
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