16 de noviembre de 2006

Ensoñaciones nuevas

I. Decir, escribir, pensar: tenía que distinguir el contenido de la forma, aclarar su significado, y por eso tuve que hablar -qué poco sé- del funcionamiento de los signos y cómo se emplean socialmente, repetir una vez más que la lengua constituye un sistema social de signos... sociales, convenidos.
II. Es decir: existe algo, es algo, y cuando lo advertimos queremos darle un nombre, parece conveniente fijarlo, señal(iz)arlo y dejarlo (ahí) dispuesto para nuevos usos (abstractos).
III. Toda esa situación posee, a su vez, un nombre, el de significado. ¿Cómo distinguir lo que es significado? Los niños pequeños saben hacerlo indicando con su dedo el objeto; también lo hacen los diccionarios, a través de las definiciones, o nuestro saber propio y personalizado, que contiene sus propias definiciones (la filosofía como un diccionario, ¿enciclopedia?).
IV. El significado se duplica: sentido-intensión, referencia-extensión. Las libertades adultas con el lenguaje no conceden a éste un privilegio especial: pues somos capaces de definir o envolver términos que no muestran nada, o que no se muestran.
V. La metáfora misma, que crea belleza (la inteligencia oculta de/en las relaciones de las cosas) quiebra la referencia: ni los poemas ni los mitos hallan su lugar en un mundo de objetos, si éstos se determinan mediante algún procedimiento público.
VI. Las reglas para el empleo del lenguaje deben, igualmente, poseer un alcance público: de ahí la prohibición filosófica de la metafísica, la cura de humildad que aparta a un lado a la filosofía misma. Las reglas públicas que gobiernan el lenguaje no se cierran sobre sí mismas, holísticamente: apuntan, finalmente, a algo que todos pueden ver. Hasta las metáforas son objeto de un saber, la metaforología.

***

"Me limito a pedir un lugar donde dé la vuelta el aire, porque la hiperconsciencia del texto -en él y acerca de él-, del escrito, de la cultura, apunta a una eficacia omnisciente del investigador, a una plenitud de transparencia, no por llevada al infinito de la reflexión menos real. ¿Acaso no se la habíamos negado al narrador? Nos podemos preguntar si no es capaz éste, después de tantas dudas, de reflexionar en el interior de la ficción y generar así realismo textual, o esa situación que localiza la «cueva de Montesinos» cervantina como espacio de realización satisfactoria de la caverna platónica. "

No hay comentarios: