En la pp. 89-90 de Tiempo
de destrucción (Seix Barral, 1998), el libro póstumo, inacabado,
fragmentario, de Luis Martín-Santos, editado por José Carlos Mainer allá por
1975, el escritor planta la siguiente escena: Agustín ha vuelto de las
vacaciones navideñas, que se ha pasado delante del fuego, asando castañas. El
padre Julián le pregunta si ha leído los libros que le dejó, los Diálogos
platónicos. Dos veces, responde Agustín. También el padre se acerca al fuego.
Ingeniosidades: es la calificación que otorga el muchacho a las opera
platónica. Lo que quiere decir es que el ateniense, por boca de Sócrates,
procede a base de abusos lógicos, de encadenamientos de identificaciones parciales
que abocan al contrincante a la autocontradicción. Mala fe de un dialéctico. El
padre Julián ríe sordamente, “acaricia el lomo amarillento del ejemplar de los Diálogos, antes de abandonarlo otra vez
a su reposo centenario”. Como un gato de vuelta a la pirámide, pensamos
nosotros asociando libremente imágenes y conocimientos.
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