La auténtica España era la que no tenía la palabra, la que no era visible, la que vive en la periferia de las ciudades, como infectas juderías que nadie visita, la que yace encerrada en muros que nadie penetra, la de las comisarías, la de los piquetes de ejecución, la que vivía en régimen de libertad condicional y vigilada. (José Leiva, preso político durante el franquismo, Memorias de un condenado a muerte; cit. por E. G. D.)
Comentamos nosotros, mínimamente: qué cantidad de luz e inteligencia se
perdieron con los encerrados y represaliados por el franquismo (también con los
del bando republicano, naturalmente). La luz que quedó fue mediocre o medrosa,
la de los ganadores o la del exilio interior. De lo que pudo ser y no fue no
queda más que lo aventurable en lo que ahora constituye una investigación de la
vida en los campos. Tras el dolor y la miseria moral y física debemos situar la
razón de unos seres que no pudieron ponerla libremente en obra. Ya no memoria
histórica, sino memoria biográfica les debemos. Restituirles en la escasa
medida de nuestras fuerzas la vida que no tuvieron: sus alegrías y sus miedos,
las palabras aplastadas. Investigamos y leemos sobre campos, prisiones,
ejecuciones, pero no somos mejores que los dispuestos frente al muro. Ponte a
imaginar tu propio y querido cuerpo a la distancia de una descarga. Ponte a ver
si lo soportas---
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