15 de octubre de 2010

Ser poeta...

Por Dios, qué prestigio para el pobre. Qué ironía arrancada de su tristeza, cuánto bien nacido de sus carencias. Qué sarcasmo. Entre rico y pobre, el poeta debe ser un pariente cercanísimo del amor.

LOADO SEAS tú el amargo y solitario
el perdido ya desde el principio
El poeta que trabaja el cuchillo
en su indeleble tercera mano:
QUE él es la Muerte y él la Vida
Él lo imprevisible y él las Leyes
...

(Elytis, Dignum est)

Este hombre, viajero, sin recursos, residente perpetuo en pensiones mezquinas, acepta para sí lo que nadie quiere. Su propiedad más preciada es su muerte: porque así traza mejor los límites de la vida, acota lo suyo y de nadie. Se planta un espejo delante, y se mira completamente desnudo, sin pantallas interpuestas entre él y el espejo, la verdad.

Yo no sé quién pudiera atreverse a tanto. Se puede, sí, soñar, que eres hermano de este hombre (o por lo menos familiar), cuando emprendes una viaje insensato y espontáneo en coche... Pero ya se me va la idea de lo que quiero dar a entender (¿a quién?, ¿por qué?) y me viene la otra (idea) de la novia mecánica. Un coche, una red de carreteras, un paisaje vertiginoso, las paradas. Se me van las ideas, tendré que ir madurando sus incipits...

La verdad es que nunca entendí a los poetas ni sus versos, pero la verdad es también que no he encontrado mejores prosistas que entre los poetas. Cuánta claridad en Brodsky, cuánto dolor que comprendo que es también el mío, cuánto resentir controlado y con cuentagotas para no envenenarse... Cuánta intuición que me alcanza, a eso llego, en Rilke traducido. Cuánta existencia en prosa en los versos de Pessoa... Para qué hablar de Pavese...

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