"Hace muchas lunas, el dólar estaba a 870 liras y yo tenía treinta y dos años." (Joseph Brodsky, Marca de agua, Siruela, 2005, p. 11, frase inicial).
Nos hemos salido del calendario occidental, hacia un tiempo indefinido (el de los mitos, el de la infancia, el del pays des possibles) en el que todavía se era joven. Esto vale para el poeta y vale también para nosotros. Brodsky tenía 32 años en 1972, cuando llega a Venecia, y en 1992, como reza el copyright del libro, han pasado veinte años y no le quedan ni cinco de vida. Brodsky está enterrado en esa ciudad.
¿Habrá que aclarar que alguien que cuenta el tiempo según las lunas transcurridas llega de noche a la ciudad del agua y de la piedra? Que faltaba poco para uno de los más terribles ciclos de depresión económica y que quien escribe tienen que sentirse muy enfermo para empezar el libro como lo empieza, ¿habrá que aclararlo? Quizás nunca se sintió demasiado sano, él, el poeta, el parásito, este prosista maravilloso y necesario que fue Premio Nobel en 1987.
¿Por qué necesitamos tantas fechas para medir el tamaño de nuestra fe derrotada? -esto me lo pregunto yo.
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