Entiende la Administración que autonomía significa solamente (nada más) que el administrado hace suyo, convenciéndose de ello, santificándolo, el martirio de los papeles. La multiplicación, hasta el asco más profundo, de la lengua de madera, en esa parodia de la vida pública que constituyen los documentos, ha de representar el complemento perfecto de las muecas cumplidas con que los súbditos reconocían, así como los ciudadanos hoy en los restos de las ex-utopías soviéticas, que lo crucial era la buena impresión producida, la que se lleva el gobernante, jamás los hechos. Así que en nada nos equivocaremos, creo yo, si reconocemos, en el funcionamiento del idioma mentiroso, la planificación perfecta de un mundo según el modelo de las aldeas Potemkin.
I. e., que no son los órganos de la opinión pública los que vinieron a ser utilizados a conciencia por las organizaciones totalitarias: en los infinitos siglos de la historia esto pertenece al anecdotario criminal. Lo terrible consiste en que es en esta noche infame de la propaganda y de la muerte donde cristalizan los modos (apariencia y lenguaje) en los que van a aprender los gesrores de la democracia los trucos de su lenguaje. Al extremo de que lo coherente sería confesarnos que la razón, públicamente, no ha venido proyectando más que sombras y malas mercancías. De lo cual, la instrucción pública, como mayoritariamente se da, constituye un espejo fidelísimo que nadie destruye piadosamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario