9 de julio de 2010

En consecuencia

No se le pida al diarista que se muestre demasiado inteligente en sus actos. Sí que se muestre metódico. Perspicacia, ya digo que no. Puesto que le urge demasiado estar en el mundo sólo por contarlo. De sus actos y omisiones, del arrebatamiento merced al cual y sorprendentemente demuestra ser capaz de complicarle la vida a los demás, de todo este ruido habrá que esperar que el transcurrir del tiempo trace las líneas maestras. Que fije para su comprensión (sí, incluso para ella) las reglas de un juego mundano para el que fundamentalmente se demanda astucia y una configuración del destino; una constelación que tiene por nombre el de plenitud y que está reservada (decreto eterno) para quien sabe abrir la puerta según la ley debida, no demasiado pronto, pero antes de la consumación irreversible (la flor pestilente, muerte).

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