La proposición vive una vida eterna, una vez que ha destruido las intenciones.
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Desde el pasado o desde cualquier lugar lo más inmaterial permanece, y su corte de pecados y vergüenza. Verbos o silencios, mucho más que los gestos o los rostros, que pueden ser fotografiados o soñados. Lo más inmaterial: los signos del lenguaje. Trazados en papel, escuchados o pensados, cuando nos asomamos a las ventanas o justo antes de dormirnos. Resuenan, a veces, inquietantes dentro del mismo río de la noche, cuando más ocultos estamos, cuando dormimos.
Cualquier día, sin nosotros saberlo, estos ruidos articulados que vienen igual desde cualquier parte o tiempo, se irán para siempre. Los dejamos nosotros o nos dejan ellos, lo mismo da. Indiferencia. No sabemos cuándo: estaba (estará) la palabra suelta y luego nada.
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