Richard Dawkins (Evolución), Julio Cortázar (La vuelta al día...), Pavese a salto de mata...
Pavese, el tipo más solitario del mundo, se convirtió en el hombre más triste de Europa. Y esa tristeza la trasladó con cierta obscenidad a cada una de las páginas de su obra, la de ficción y la ensayística. Decidió ser un hombre triste con la conciencia clara de su tristeza. Y la revalidó siempre que fue capaz, como en una competición infernal. La tristeza, parecía pensar, era un barniz literario que le conducía a la literatura. Pavese, con corona egomaniaca, después de su propia muerte fue el espejo que reflejó las tristezas posatómicas. Pavese paseó su melancolía con la satisfacción de los estúpidos, una imagen desgarbada, pletórica, pero rota por el mal amor. Y ese bosquejo de una vida destruida pasó luego a todos los que le leyeron. El italiano da conformidad a los despojos de la adolescencia, a los fracasos genuinos. Le sucede, pese a todo, como al joven Werther, durante el Romanticismo. La tristeza, que es un vicio universal, es más triste si se sistematiza. Y eso es lo que hizo Pavese, que pensaba siempre con ingenuidad que sólo hablaba de sí mismo.
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