9 de julio de 2010

La moneda de la visibilidad

¿Qué te crees tú? ¿A dónde vas con tu timidez y envaramamiento? El gesto torpe irrita... No se sabría subvenir a las necesidades sociales de representación, al óbolo que se paga a la presencia. Esto realmente no importa lo más mínimo... No se juega a este juego inicuo, en el que se escenifican certezas que no se tienen.

Lo deslavazado en ti, pienso yo, no son los párrafos, sino los pasos. Me refiero a las habitaciones, y también al tiempo. El reloj marca lo que eres, gotas de agua que van hiriendo con su insistencia.

Detrás de todas las barras del mundo hay una niña que entra y que se siente mal: ha tomado mucho el sol o ha comido demasiados helados. Esto que digo sucede detrás de todas las barras de los bares a lo largo del mundo. En valles sudorientales o en Lisboa. En Lisboa la niña ha comido demasiadas chocolatinas para que no le entren las ganas de metafísica. En Lisboa o en Turín o en valles sudorientales (sí, aquí también hay dioses perdidos) un escribano apocado y un punto estrafalario pasea su espejo de sombra por la noche idéntica que acaba de nacer. A ti qué te han de interesar las impresiones recibidas, ese residuo que van dejando los prejuicios en los ojos nuevos... Te interesa la noche helada, estamos en julio, en la que ninguna escala ayuda al alma a abrazar el cielo.

La noche: va sin espejos que la pueblen, las estrellas son para ese papel demasiado lejanas. Depende, esta noche, de los seres tan débiles y humildes que declaran que la noche (turinesa, lisboeta o de aquí mismo) marcha sola. Con su soberana independencia, con su dependiente soledad.

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