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28 de enero de 2010
Insania
Nos regalan los hacedores un instrumento demasiado pesado. Se llama el lenguaje. A mí personalmente me hace sentir infeliz, de continuo. Sé que debo seguir hablando, y no sé muy bien por qué. Por la noches leo a Pavese. Por nada, por olvidar y ser otro. Aunque el modelo (C. P.) no me convenga a mí ni a nadie. La referencia. Malhaya sea. Yo no la encuentro por ningún sitio. Un bosque, había escrito antes. Un territorio en el cual abrir un camino. No lo conseguí. El sendero se me quedó impracticable, cubierto de ramas que me hacían caerme y sangrar, casi a cada paso que daba. Me torturo, no la encuentro. Está la imagen mental, entre el signo y ella: ella, la referencia, la cosa del lenguaje. Sin embargo, a mí con la imagen no me basta, de ningún modo. Yo quiero su cuerpo (el de la palabra). No me conformo con que el significado consista en algo menos que en una pasión. La torpeza de mis términos, el mal uso al cual yo he acostumbrado el divino don (de decir), no termina de renunciar (o soy yo el que no se resigna) a su parte de absoluto. Le resta a ella, de momento, le queda a la conciencia el flujo de las imágenes, apareciendo y desapareciendo, sin que yo convoque ni las idas ni las venidas. No tengo en todo ello nada que hacer, y es mejor que suceda así. Esta tarde, por añadidura, hace muchísimo frío. Concuerda el mundo con el sentir íntimo. Seguramente sin intención alguna de bondad por su parte (por la parte del mundo), y sí por causa del mismo azar esquivo [o esquinado, cruel, el mismo que teje la red de días que nos va destruyendo sin compasión alguna y con olvido completo].
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