El tiempo, niño-dios, que viene ajustado y doméstico en las muñecas para hacerte la ilusión de que cabalgas a lomos de un tigre, dispone los dados sobre la mesa, según los arroja (sí, al menos hay un dios que juega a los dados. Hila nuestra perdición, ayudándose de sus fieles servidoras, las arañas; que lo mismo enredan al individuo permitiéndole, al muy necio, que se le cumplan sus deseos, que ordenan los ciclos cósmicos e históricos de elevaciones y caídas, la noria de los leyes y los gobiernos, las edades de oro que van al hierro y viceversa. Todo según el capricho de un dios-niño, el cual no es ni siquiera malévolo y acaso arroje los dados desde un cubilete, sin mirar siquiera. Se aburre el tiempo, entonces se concentra y reflexiona, y de esta especulación suya, prensada al infinito, acaba naciendo, por desgana, un mundo completo, cuando estalla. Alguien preguntará alguna vez por qué (ser en vez de nada, 1 en vez de 0, que digan que no en lugar de que digan que sí). Despejará la pregunta (las interrogaciones velan lo que está ahí) y y pronunciará un dios, al que alejará o acercará según gustos de la época (modas teológicas). Lo verá igual que a los seres humanos, pero desinteresado de ellos, y por parecido a los humanos tendrá que multiplicarlos (a los dioses). O lo hará tan diferente e incomprensible que para acercarlo y vincularlo a nuestras penas se verá en la tesitura de encarnarlo y clavarlo en una cruz. Para qué seguir... No se dio cuenta el Hombre de que él mismo, que pone un signo de incomprensión delante de sus ojos, no consiste más que en una de esas combinaciones que caen en la mesa del niño-dios que juega y se aburre, produciendo los dados un sonido que nadie escucha.
El mundo es eterno, antes del pensamiento que explota, de la idea transformada en energía y en materia, ¿qué había? ¿Nada?, ¿Dios? Nada, sino el desgaste del mundo; y entonces, nosotros mismos nos aburrimos de la pregunta, desinteresados de nuestro destino y nuestro dios, oliendo quizás que nuestra existencia presente corresponde a una improbable concreción estadística del aburrimiento, de lo cual los mitos nos daban más cabal noticia que las certezas científicas que vinieron después.
Como decía el oscuro, somos sordos, idiotas que no escuchan la razón común (los físicos relatan al respecto el cuento de la radiación cósmica de microondas, a manera de noticia de un tiempo olvidado), y así nos vamos entregándonos, y así perdiéndonos, al absurdo de los días y de las crisis---
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