4 de octubre de 2010

El último

Aquel hombre no se ahorcaba por falta de fe en la soga.

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Casi ninguna lágrima resiste un cambio de ritmo de mediofondista (aunque sea amateur). No se puede llorar y correr a la vez, a no ser que uno sea muy inteligente o mujer, lo que no es el caso. De cualquier forma, un buen encadenamiento de rotondas puede suplir con éxito el cross country contra las lágrimas.


Al bloguero, tal texto de Coetzee (de Juventud, texto autobiográfico en 3ª persona) le recuerda a Pavese. A mí también. Y los dos, el Nobel superdotado y el genio aciago, me recuerdan a mí, el más pequeño y desconocido de los seres. Ahora mismo (que escribo/ía esto en un bar) me estoy/aba recordando a Pessoa. Sus calles sí que me harían llorar, y no podría salir corriendo: la metafísica de las chocolatinas la tendría ahí (¿) afuera conmigo, y no podría dejarla sola.


Me estoy recordando a Pessoa… Que se me entienda bien. Yo amo a Pessoa, yo amo a un muerto. Como a Platón, que para mí escribía en un castellano con acento almeriense. Platón es el dios y los demás nos limitamos a ser sus humildes y arrastrados profetas. Si no, ¿de qué?

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