Me sucede cada vez que miro las fotografías. El uniforme de fuera como signo de las ideas uniformadas. Un rostro fiero, adecuado a lo que se acaba de hacer o al plan para mañana. Disenso, ninguno. Un argumento no vale delante de una bala. ¿Qué haríamos nosotros, los pacíficos, enfrente de los canes de la guerra que nos piden claridad y nuestra cuota de sangre?
Miro las fotografías, paso con respeto las hojas, y no puedo hacer otra cosa que recordar canciones que se solapaban con esas imágenes, haciendo de contraste o reforzándolas. Son canciones que no escuché, letras absurdas o sentimentales recordadas, fundidas en el mismo olvido de las imágenes que van con ellas. Recuerdo la letra o la música, o el silencio terrible o el frío, y no tener las palabras para declararlo todo. (¿Todo? Ya sé que no se puede.)
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