El trigal se mueve como si fuera carne temblorosa al contacto del sol que lo mira. Parece el viento, pero es su vergüenza. Nadie lo sospecharía: el trigo crece desde hace miles de años en la tierra, vuelto casi naturaleza. Pero frunce su rostro y es nada más que eso lo que le queda a tu ojo de admiración, más allá de cualquier sala del olvido o del frío.
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