Con este bochorno, que hace imposible el pensar (cualquier testa filosófica alemana acostumbrada a las brumas entraría en ebullición nada más bajarse del autobús que la deja en la plaza del pueblo), puedo dar rienda suelta a mi incapacidad de diletante meridional. Pues yo amo el fuego que derrite las ideas (reciennacidas).
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