Sí. Alguien que va por un camino con un espejo. Ora lo acerca a los márgenes, ora lo acerca a su cara. Alguien que sigue, dejándose llevar, la corriente de un río. Que se para a pensar en lo que su curso tiene de metáfora, y que distrayéndose en estas cuestiones quiere hacer más llevadera la carrera hacia la muerte. Pero no ha salido de la metáfora, del discurso. (Porque si el agua suena, las palabras corren.)
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Lo que escribo me compensa de lo que soy. Podría suscribirlo Nietzsche, aunque él atribuya ese mecanismo sustitutorio a (el uso de) los conceptos filosóficos. No sé si todavía nos cabe a nosotros, epígonos de la marcha triunfante de la nada (sí, la nada que nadea, que se hace patente como poder real), si nos cabe, yo lo dudo, una tentación semejante: la de escribir, y al hacerlo mirar a otro lado. Como el criminal que se tapa los ojos para que no lo vean. O quizás eso lo hacen los niños.
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