Puerta abierta. Silencio. Salón vacío. Sin ruido de niños. Los pájaros afuera. La luz que se va ausentando. Pero el alma es fuerte. Más que la materia y las lágrimas. Porque el alma, la inexistente, ansía siempre, y de eso vive, la risa de los niños, su bendito fastidio.
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