Los grandes hombres construyen su discurso: inflación de las expectativas; beatificación final de lo existente. Los pequeños hombres (entre los que me incluyo, y casi pidiendo ser el mínimo de entre ellos) no acaban de ver la bondad de los argumentos (salvo que algo huele a humo retórico), y si, por un casual, llegan a ver el hilo, creen atisbar lo horrible entre la maraña de palabras: la contradicción, la inadmisible fisura en la razón. El error es de los pequeños hombres. De mí, de los que son como yo. Aprendices de ironista.
***
Por otra parte:
No hay comentarios:
Publicar un comentario