Pero poco a poco nuestro espacio vital se fue reduciendo a cuatro, tres, dos, un metro, hasta que un espécimen audaz colocó su sombra tangente a la mía, y por si fuera poco llegó un cuñao con una mesita plegable llena de viandas y litronas de cerveza, acudieron de no se sabe dónde muchos más cuñaos, y en un periquete mi sombrilla era una ínsula rodeada de jaimas, toldos, suegros, suegras y cuñaos, muchos cuñaos barrigones, cada uno con su botellín de cruzcampo en la mano.
A propósito: me parece que había un chiste gráfico de Forges que decía algo así como “se demuestra que el primer hombre fue cuñada”. Lo que no deja de ser una variación con mu mala follá del mito -o realidad- del pecado original. Hasta el punto de hacer sobrante a la serpiente.
Nada que ver, pero surrealista: Era un hombre tan feliz, tan feliz, que no conocía los fascículos. Pues eso...
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