29 de julio de 2011

No comment

Aprovecho para preguntar qué ha pasado. Los vecinos de al lado me dicen que oyeron ruido y gritos. Por lo visto, mientras dormía en su improvisado refugio prestado desde hace tiempo, unos amables jóvenes que venían de divertirse pensaron que una agradable forma de acabar la noche sería echar algo ardiendo al hogar de este joven. Y eso hicieron. Afortunadamente ellos estaban despiertos y se dieron cuenta antes que nadie de lo que sucedía.

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Ítem más, Carlos Boyero en El país:

 
El plácido ogro no ha perdido la sonrisa, sabe que el civilizado estado no va a quitarle la vida. (...) En la estremecedora Asesinato en 8 milímetros, la única y sorprendente obra maestra de un director mediocre como Joel Schumacher, al alucinado interrogante de un detective de por qué un millonario encarga que le filmen una película hard core, perpetrando en directo la lenta tortura y asesinato de una chiquilla, el siniestro abogado de este le responde: "Porque puede". Y el enmascarado matador, apodado Machine, contesta: "Solo por placer, por ver lo que ocurre en los ojos de mi víctima cuando sabe que va a morir". Los niñatos rubios de Funny Games que crean el infierno en una apacible familia tampoco necesitan justificaciones para su barbarie. Tampoco entiende la atónita y gimiente familia de A sangre fría por qué se ceban con ellos dos extraños. Pobre de aquel que tenga la desgracia de cruzarse con motivo o accidentalmente en el determinista camino del inexpresivo killer en No es país para viejos. Bogdanovich tampoco utilizaba la descripción psicológica en Targets al retratar a un fulano que dispara desde una autopista contra todos los desconocidos que encuentra. El comandante del campo de concentración en La lista de Schindler mata u otorga clemencia provisional a sus prisioneros en exclusiva función de sus resacas y de su ciclotímico humor. La sofisticada crueldad del apocalíptico matarife de Seven al menos busca la coartada moral de que sus víctimas son la encarnación de los siete pecados capitales. Jeff Bridges en Arlington Road está a punto de creerse invadido por la paranoia, en su abrumadora sospecha de que sus encantadores y serviciales vecinos son nazis dispuestos a volar el mundo.

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