31 de julio de 2011

De los modos de lectura y de los héroes

Preocupado, tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su esposa abandonaron sus ultramodernas instalaciones de Boston y se fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil y el Internet llegaba tarde, mal y nunca. Allí, a lo largo de dos años, escribió el polémico libro que lo ha hecho famoso. (M. Vargas Llosa, en El país; subrayado mío: es lo que me pasa a mí con el p*** pincho.)

La sempiterna tentación del trascendentalismo, y los bosques, y las selvas. También los desiertos y las carreteras o un mar y una islas en el mar donde sólo estuvieras tú. Y unos pocos cocoteros de los de las viñetas de náufragos.

San Marshall MacLuhan, casandro arrojado al pajar por los neobárbaros:

Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV que generalizó la lectura de libros, hasta entonces confinada en una minoría insignificante de clérigos, intelectuales y aristócratas. El libro de Carr es una reivindicación de las teorías del ahora olvidado Marshall MacLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de un contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que, a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar. MacLuhan se refería sobre todo a la televisión, pero la argumentación del libro de Carr, y los abundantes experimentos y testimonios que cita en su apoyo, indican que semejante tesis alcanza una extraordinaria actualidad relacionada con el mundo del Internet. (Ibíd.)

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Logon didonai:


Al principio vemos a Feynman como un inquisitivo niño de 5 años, aprendiendo de su padre a cuestionar la autoridad y admitir la ignorancia. Le pregunta a su padre en el parque: «¿Por qué [la pelota] sigue moviéndose?». Su padre responde: «La razón por la que la pelota sigue rodando es porque tiene “inercia”. Eso es lo que los científicos dicen que es la razón… pero es solo un nombre. Nadie sabe realmente qué significa». Su padre era un vendedor viajante sin formación científica, pero entendía la diferencia entre dar a algo un nombre y saber cómo funciona. Encendió en su hijo una pasión de por vida por saber cómo funcionan las cosas.  (Freeman Dyson, in A. Espada, El mundo)

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