8 de diciembre de 2010

Un funesto error

Una de las virtudes, concédeme que la llame así, de la ética cristiana es la sustitución que llevó a cabo: en vez de un ideal humano de perfección al que ajustar la conducta, según pasaban las horas, propuso la idea de una libertad infinita por encima y por detrás y por debajo de los hechos visibles y públicos. Este motor de progreso humano, deificado como Voluntad, capaz de decir no a cualquier situación negativa, representa, a la vez, el más formidable instrumento de condena y castigo que haya inventado la humanidad para aplicárselo a ella misma. Pues cualquier error o mal es imputable al otro, que no ha hecho un uso suficiente de su libre albedrío. O que no lo ha ejercitado con el entusiasmo suficiente.

No se puede negar la efectividad de la temible ocurrencia de la secta: habremos dejado de visitar las iglesias, que en su lugar tenemos a los científicos sociales y la socialdemocracia para martirizarnos.

Finalmente: en el mismo momento en que sabemos que somos libres, por un mero acto de fe, hemos renunciado a la libertad. ¿Qué significa una libertad que me irresponsabiliza a mí y carga todo sobre las espaldas del otro? O la libertad es mía y de nadie más, como único, o no es más que un engaño o trapacería de sacerdotes y políticos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

PÁRRAFO "DESARROLLABLE"

APARECERÍA UN LIBRO QUE VENDERÍA MUCHO.