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13 de marzo de 2010
Recordando
Me contaba muchas veces mi madre, o lo contaba a más gente, que el dueño de la casa donde ella se crió, entre la adopción y el pupilaje (más de lo primero que de lo segundo, puesto que siempre existió el afecto mutuo), se pasó los tres años de nuestra incivil contienda escondido en el monte. Por miedo o por prudencia política yo no lo sé. Habría algo de cada. Además, este hombre era un poco terrateniente y eso no era bueno. Una vez le preguntaron a ella, una niña en aquellos inacabables meses de plomo y pólvora, si él tenía armas. Puede que quisieran requisarlas, que buscaran tener algún motivo contra él, para detenerlo o algo peor. No lo sé. También puede que se les hubiera ocurrido la idea (a ellos, los del Frente: ¿republicanos?, ¿anarquistas?, ¿comunistas?) de ir a buscarlo en el monte y pretendierans asegurarse de que nos los iba a recibir a tiros. No debieron de buscarlo mucho, creo, después de todo, a lo largo de aquel tiempo. La zona, que yo conozco más o menos bien por mis correrías de niño, no es muy amplia ni los refugios tantos. Queda la cuestión, aparte, de la manera en que este hombre se hacía de provisiones. Bajaría por la noche, o tendría algún enlace que le acercara comida, ropa y noticias. Lo terrible es que no se puede interrogar a los muertos, y que de su dolor pasado y de sus angustias, no podemos referir otra cosa que las dudas y especulaciones que nos vienen cuando nos acordamos de ellos, al hilo de algo que nos contaran los padres, o esas noches que no podemos dormir, que serán más conforme envejezcamos. Hace fuera un día gris, como desde hace tres meses.
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