Los excesos garantistas pertenecen a ese tipo de situaciones que, al abrigo de la buena intención, cobijan unos resultados nefastos.
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Se comprende inmediatamente, hasta el man lo comprende, cuando se visitan al mediodía unos grandes almacenes o unas grandes superficies, que la determinación fundamental del individuo contemporáneo no es la del ciudadano (esto es una milonga recontada mil veces), sino la de comprador (no consumidor ni cliente siquiera). Comprador pavloviano, me temo.
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