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“¿Cómo le será permitido al poeta equivocarse, cuando su naturaleza y su destino han sido colocados en el sitio más destacado del mundo? (…) El poeta que fracasa frente al problema humano, planteado bajo su forma política, no es solamente un traidor a la causa del espíritu, en provecho del partido del interés, sino además un hombre perdido (…) Pierde su fuerza creadora, su talento, y ya no habrá nada duradero; más aún, su obra anterior que no lleve la marca de su falta y que haya sido buena, dejará de serlo; y ya no significará nada a los ojos de los hombres” (Th. Mann, Advertencia a Europa, Ed. Sur).
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