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21 de marzo de 2010
Casualidades absurdas
Durante un determinado periodo estuve aprovechando los intervalos entre clases (llamados Alternativa a la R.) para leer algunas páginas de ese rabioso best seller de la amena filosofía que es Ser y tiempo, de Martin H. Alcancé a comprender poco, digo en mi descargo, ocupado como estaba mayormente en desempeñar mi oficio de dómine. Ellos no entendían la naturaleza sesuda de mis páginas. Sospecho, no obstante, que ni en silencio habría ido yo muy lejos en la penetración correcta por los meandros de la sibilina filosofía del gran pastor alemán. Sé, no sé si a raíz de aquella atormentada y frustrante lectura, que llegué a aborrecer el cine, que desde entonces (va para cinco años) he conseguido ver una película de hora y media en cuatro o cinco tandas (no era capaz de retener la atención en la cosa contada), y que en otra ocasión y película el reproductor de dvd afortunadamente no funcionaba. Conozco perfectamente que la imagen transporta ideas, las cuales se sienten muy a gusto en ese vehículo artístico. Posiblemente yo me deje llevar por la edad y los prejuicios, y por algún tipo de pereza o desazón que no me deja estarme quieto, sentado y atento. Tampoco resta mucho lugar para la lógica, de resultas de lo cual he sentido que ya va siendo necesario (de nuevo) que vuelva a coger la edición de Ser y tiempo (Trotta) que está allí arriba, en el segundo estante de la librería.
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