Yo no sé por que no se ha de aceptar que entre ser y nada hay un infinitésimo, una nada que se precipita y nos convertirá a todos, ya nos está convirtiendo, en materia de olvido.
Una distracción, una mirada a destiempo o a deslugar, realiza la justicia debida, la que tienen que pagar los entes por su condición. Han surgido, brotado de la sustancia o de la misma nada (¿por qué ha de resultar extraño que deban vover a ella?, ¿no han de desearlo en verdad?).
El carácter obsesionante de este hombre anónimo no le deja ver esa alegría que yo me digo; i. e., que después de todo, este infinitésimo interpuesto, esta cantidad casi nula rellenando el vacío, mínimo puente sobre las tinieblas, tendría que ser cifra o razón suficiente de la alegría.
El lenguaje está ensamblado con mentiras o metáforas (sostienen los sabios). Lo mismo que los días, me digo yo. Me dicen. A la luz de cada mañana, para que no nos mate de una vez, le respondemos con una trampa. No hay más verdad o constancia que la de esa red con la que burlamos al reloj. Si esto es el envés, la alegría será la conciencia o el haz.
Esta mañana, por la endiablada carretera de montaña, la nieve hería de tanto blanco. Primero pura, la nieve, destellando luego en cuanto el sol asomó al otro lado del valle.
La técnica nos protege del frío exterior. De la nieve sólo nos queda la rotundidad del color, puro o reflejo. Pero no el frío, como del mar, al llegar a A., sólo nos queda el azul sucio, y no la humedad que se pega a los huesos. A causa de la técnica. También tememos a los artefactos, sin embargo. Estamos en sus manos: el carácter obsesionante posee un olfato inigualable para percibir el miedo que nos causa todo, una vez que hemos desterrado los dioses crueles, sin haber renunciado al deseo de seguridad. Un infinitésimo entre existir y no. Entre el día y
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