(Bilis, mucha bilis) Reciclamos públicamente las basuras, a cada contenedor y color una de las particulares deyecciones en las que se concreta nuestro espíritu, dando razón a su condición de arrojado. En privado mantenemos la más exquisita hipocresía. Hubo épocas mejores, hace mil años o hace diez, en las cuales nuestro divino espíritu no se habría rebajado a la impúdica exhibición de sus detritus materiales, tal y como ahora acostumbra hacer sin vergüenza alguna, en este tiempo soylent-greenesco. Como tampoco se habría rebajado, a excepción de sus elementos más canallas, a prescindir ostensiblemente (en público) de la santa virtud de la hipocresía. Entonces, hace mil años o hace diez, no se necesitaban asistentes del alma para prótesis del corazón. Estábamos salvados o condenados desde el principio, y no podíamos saberlo. ¿De verdad que nadie es capaz de percibir la horrible involución que representa una forma de cultura íntegramente materialista?
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Leí por primera vez La voz… de Salinas hace cinco años. Pero el aprendiz de filólogo que anida en mí no me deja ahora volar libres las palabras. Mi alma es hoy un pájaro de plomo.
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Había experimentado un arranque de piedad. Pero de repente ve que el hombre se pone a tirar el dinero absurdamente en una máquina tragaperras (mujer e hijos, tres, presentes). Necedad. No puedo.
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