Se admira el orden conventual, la distribución del reloj según límites reconocidos y repetibles. En el interior de la celda cada uno podrá ir con su imaginación dondequiera, imaginar que el infinito que le prometen es uno malo y no el de verdad. Al cabo de cierto tiempo hasta eso mismo habrá olvidado: y el orden se habrá convertido en su interior, y dará igual si la puerta está cerrada o abierta.
(De cuántas maneras se dice a sí mismo el hombre la recta receta de su beatitud, sin que le sirva de nada.)
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