Me confirmo una vez más mi magnífica ignorancia mirando las páginas que el padre dedica a la moral de los estoicos. Libros como éste son de los que te hacen sonreír cuando alguien señala, boquignorante sin escrúpulos, que ahora el saber es otra cosa porque está en otro sitio. O decide, magia metonímica, que concediendo un ordenador imbuirá el saber en el discípulo, ahora que el estado no compite con dios (ya que, al ser tan minúsculas las ovejas del rebaño, con cualquier ente votado se conforman).
Yo me confirmo en mi magnífica ignorancia amarga. Yo, uno de los fingidores.
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