Habiendo atravesado el medio de la vida, hay que atreverse a decirlo:
Quizás nunca se haya estado ni se esté a la altura (pero, ¿de qué?). Se acepta. Sucede que concediendo esto, queda sin embargo la clara conciencia de que hay épocas que no hay manera de salvarlas. No porque fueran especialmente infelices. Fueron vacías, si acaso, y se puede juzgar que ahí se empezó a perder todo. La alegría. Bueno es confesarlo. Y sin porqué.
Terminando el "manual" de A. Caballé sobre las autobiografías españolas del s. XIX y del XX (Narcisos de tinta), ayudado también por el calor y por el recuerdo de las músicas que entonces (en la década más vacía) me gustaban (jazz, blues), es cuando se me ocurre pensar en estas cosas. No tiene importancia. Asunto mío y de nadie más. Condicionado socio-históricamente, quizás (y por lo tanto algo no estrictamente mío, sino generacional). Sin embargo, creo que en alguna medida me tiene que explicar lo que soy y lo que no soy ahora. Lo que implica, en mi caso, ser ya para siempre, puesto que a estas alturas no me imagino que haya retorno. Aunque quién sabe...
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