Porque en mí habían surgido terribles desconfianzas, ¿a qué negarlo? Mi fe en Irene se había quebrantado un poco, sin ningún motivo racional. Es que el procedimiento de duda que he cultivado en mis estudios como punto de apoyo para llegar al descubrimiento de la verdad, sostiene en mi espíritu esta levadura de malicia, que es como el planteamiento de todos los problemas. Así, en aquel caso, mientras más me mortificaba la duda, más quería yo dudar, seguro de la eficacia de este modo del pensamiento; y de la misma manera que este ha realizado grandes progresos por el camino de la duda, mi suspicacia sería precursora del triunfo moral de Irene, y tras de mi poca fe vendría la evidencia de su virtud, y tras de las pruebas rigurosas a que la sometería mi espíritu de hipótesis resultarían probadas racionalmente las perfecciones de su alma preciosa. (Galdós, El amigo Manso, cap. XXII)
Ya. No es exactamente así... La duda moral hincha la suspicacia, no produce verdad sobre los hechos. Mucho menos certezas metafísicas sobre los hechos de la virtud. Los razonadores se muestran así de confiados en los oficios de su inteligencia. Esa ingenuidad mostrada (en primera persona) no es mérito pequeño en la historia del personaje de Máximo Manso de la novela de Galdós.
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