Afortunadamente creo que no lo consigo, y diré por qué. El caso es que me planto frente a las mesas y estantes repletos de libros flamantes y de clásicos tout court de la filosofía de toda la vida. Otros hacen lo mismo, y ojean y hojean. Yo los miro a ellos, curioso y teórico. Algunos me ignoran, otros más jóvenes, estudiantes posibles de la infame carrera, me contemplan a mí. Ahí acaba todo, en ese interés semihumano, como de perros que se estudian por oficio y sin pasión. Porque lo que son los libros filosóficos, no tardan en inducirne un pesar que está, creo, entre la culpa y el asco. Hastío, fastidio... puede que sean vocablos más aceptables. Todavía puedo respetar a los clásicos. Creyeron que su oficio era pensar, y lo hicieron noblemente. Me duele un poco que esa catedral mamotrética que yo tanto he frecuentado, la Krv del viejecillo de Kaliningrado, esté 1o., encuadernada en rústica, y 2o., en el último estante de abajo, casi a ras de suelo, a la altura de los pies de los curiosos paseantes o perdidos por el lugar. Sí, así es, yo a este hombre se lo debo todo, como en otro respecto más real y doliente a mis padres reales. Con ninguno de ellos puedo hablar. Del alemán tengo sus páginas, que con menos asiduidad de la debida frecuento. De mis ancestros inmediatos, aparte de recordarlos, me viene de vez en cuando una imagen que me inquieta y me hace sentir culpable o avergonzado, no puedo precisar lo bien. A veces, tantos años después, sueño que están vivos, y quizás radique en el sueño la inmortalidad que nos prometen las religiones, ilusionándonos con lo improbable. A los libros regreso. Los que ya no soporto de ningún modo son los textos del día que por un módico precio sintetizan y regurgitan todo aquello que yo querría y debería saber. Yo soy ignorante y lo reconozco, pero ellos también y en lugar de aceptarlo venden cajas vacías, continentes de nada. Yo seguiré sin reciclarme, devuelto del contenedor a la calle, en mi limbo vagamente escolástico, de ideas y proposiciones antaño grabadas en la memoria.
Ahora, eso sí, también tengo que decirlo. Algo debe de ser que me traiga dos libros de sendos atrabiliarios: el genial físico Feynmann ( tengo que anotar que los libros de divulgación honradamente científica si que me atraen, y hasta he llegado con el tiempo a aceptar la hipótesis evolucionista, por ejemplo), tomado de la vecina sección de las ciencias; y los Cuadernos de Cioran, que tomo, como para cumplir, de la sección filosófica. Negaciones, se dirá, y se dirá la palabra correcta. Tales libros para tal sujeto. Abierto esta mañana luminosa de finales de marzo al azar el texto de Cioran, a quién nunca me he decidido a leer en serio, sabiendo que va con mi temple, encuentro esta anotación asombrosa:
La primera vez que conocí a un español en mi vida fue en 1936. Me dijo delante de testigos: "Me gusta la muerte y lo sublime".
La soberbia gilipollez española.No lo escribe, pero sí sumas los datos (fechas, sujetos, cualidades inmorales y antidianoéticas) de la cita el resultado es guerra civil.
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