Del texto de Benet sobre Martín-Santos (en Otoño en Madrid hacia 1950) destacaría cómo el sentido de la fatalidad (el factum brutal del sino) acelera el tiempo hacia el final de las páginas, después de un breve y severo excurso sobre la incapacidad radical de la memoria. El tiempo se acelera, como flecha al blanco, en contraste con la intemporalidad de las anécdotas barojianas de finales de los 40 y principios de los 50 en Madrid. Todo esto da un poco de miedo. Al contrario de lo que sostiene Benet, y que debe ir en concordancia con lo escrito sobre la flaqueza de la memoria, tan falsa y mortal en sus instantáneas como cualquier fotografía, yo sí creo en el valor de la relación entre autor y obra. Esta cuestión decimonónica, tan pasada y superada, seguirá vigente cuando comprendemos que son los trampas del recuerdo, del taller de la memoria, fraudulento tantas veces en sus productos, los signos de la urgencia con que alguien se pone manos a la obra, al texto, con que un autor se inscribe, se proyecta en un arte todo lo sucedáneo que quieras, pero no hay otro. Remember Platón y su Fedro. Me digo. Autoficción.
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