Existe un instante en el cual la timidez se transforma fatalmente en pusilanimidad, y de ti únicamente depende, de nadie más, que las agujas del reloj no marquen ese tránsito.
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Vi en la cara de algunos tipos de este lugar terrible y calcinado sus ojos corroídos por la pasión. Un fuego que yo no sé si procedía del corazón o de una angustia aún más honda. Recuerdo, él ya no puede hacerlo más, al hombre apoltronado en la esquina de la barra, contando un incidente mínimo. Los detalles no interesan, ni a mí que igualmente caeré en el olvido. Epicuro pasaba por allí, en su relato, y un eco del paganismo, capaz de interponer entre los ojos propios y la piel ajena un apunte breve del infinito. Ventura era su nombre. No dijo el de la chica.
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