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¿Qué pensar de lo del Calderón?
Visto lo visto, vergüenza ajena y propia.
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A falta de comprensión de las circunstancias del tiempo, o quizás de no querer extraer las consecuencias debidas, queda el circo. Llega la Eurocopa. No nos dan tregua a los intelectuales.
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Hace un calor de junio, con lo que se me hace más difícil que de costumbre la tarea de pensar en cualquier cosa.
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M. S. lleva razón contra G. B., en la polémica sobre el sentido de la filosofía en el saber, en la universidad. Supongo. Juega a favor del tiempo. Por eso mismo nos tiene que resultar algo antipática esa entrega al tiempo del heterodoxo. ¿No hay hipocresía en ese proceder filosófico? O quizás una entrega a la conveniencia o al interés propio. Esta polémica pasada, último lustro del franquismo, universidad española, no está tan alejada como podría parecer de nuestros propios intereses y necesidades... (Vid. E. D., Pensamiento español..., 259 ss.)
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¿A quién le importa Menéndez Pelayo?
A mí, durante un tiempo, que me tragué el segundo volumen entero -aparte de otros textos aledaños- de la Historia de los heterodoxos españoles, en la edición de la BAC, siendo inolvidable el arranque del libro, con el estudio titánico sobre Bartolomé Carranza (¿me equivoco si recuerdo que M. P. estudió veinte mil folios al respecto?)... Luego la cosa mejoraba, conforme se acercaba el siglo XIX y la bilis antiilustrada de don Marcelino podía ejercerse sobre sus destinatarios naturales: sus coetáneos, y si eran krausistas, a cuchillo. Deliciosa la maldad de que si uno se va a Alemania a estudiar a un filósofo, que sea uno que valga la pena, que sea Hegel y no Krause. Esto me parece el equivalente académico del aserto que sostiene que, no siendo necesaria la empresa de tocar las castañuelas, ya puestos... por lo menos que se toquen bien.
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