Cada recorte del gasto público que arroja a la exclusión y la miseria a millones de ciudadanos europeos; cada gesto de indiferencia de los Gobiernos y las instituciones comunes hacia la angustia y el sufrimiento provocado por la bancarrota de países como Grecia, Irlanda y Portugal, a los que podían seguir otros como España o Italia; cada decisión adoptada bajo el paraguas de la denominada “política de austeridad” —en realidad, un eufemismo apenas velado para designar el acta de defunción de la solidaridad como valor inspirador de la Unión—, exige erigir a la historia en tribunal de última instancia para juzgar lo que se está haciendo.
En el mismo lugar:
Pero que el poder político, que los Gobiernos se desentiendan de la suerte de los ciudadanos afectados por esas políticas, que deje de tenerlos presentes salvo en la retórica necesaria para no hundirse en las encuestas y en las citas electorales, abre un abismo moral donde la desesperación cebará el nihilismo que solo aspira a destruir lo que existe sin importar lo que haya de venir después.
Muy recomendable el texto de J. M. Ridao el El país. A mi juicio.
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